[28 de abril de 2020] Mientras aprendemos a ajustar nuestras vidas dada la realidad del coronavirus y atendemos la solicitud de hacer nuestra parte para frenar su propagación practicando el distanciamiento social, les invito a que se unan a mí cada semana para dedicar un momento a cultivar un «hábito de gracia». Una nueva meditación se publicará todos los lunes hasta mayo. Estas meditaciones pueden verse en cualquier momento haciendo clic aquí.
28 de abril de 2020: encontrar a Jesús
Hay un patrón interesante en algunos de los relatos de la resurrección. En Lucas 24, por ejemplo, algunos de los seguidores de Jesús viajan de Jerusalén a la pequeña aldea de Emaús, unos pocos kilómetros de camino. Un forastero se les acerca, camina con ellos y sostiene con ellos una conversación y, todo el tiempo, el forastero era Jesús resucitado de entre los muertos. No lo reconocieron. No se dieron cuenta de que era Jesús hasta que, como dice la Biblia, se les abrieron los ojos y lo reconocieron y lo vieron vivo en la fracción del pan.
Algo similar le sucedió a María Magdalena en el capítulo 20 del Evangelio de Juan, donde ella corre frenéticamente en busca de su cuerpo, y se encuentra con alguien que confunde con el hortelano en el cementerio. En realidad se trata de Jesús resucitado de los muertos. Pero, de nuevo, ella no lo reconoce hasta que él habla, y le dice «María», como solía decirle, y ella, por así decir, se sobresalta y se da vuelta y reconoce a Jesús y exclama «¡Raboni!». Ese patrón bien podría estar recordándonos a quienes escuchamos esas historias generaciones después de que todo lo que sucedió es que el Cristo resucitado, el Señor Jesús, nuestro Dios, en realidad camina con nosotros incluso cuando no podemos ver, sentir o percibir su presencia. A veces solo tenemos que detenernos, quedarnos quietos, darnos la vuelta y contemplar
El Salmo 46 dice: «Dios es nuestro amparo y nuestra Fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia… aunque… las montañas se hundan en el fondo del mar… Dios es nuestra Fortaleza»
Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.
En una oración de nuestro Libro de Oración, decimos lo mismo:
Oh Dios de paz, tú nos has enseñado que en la conversión y entrega seremos salvos, y en la tranquilidad y confianza estará nuestra fortaleza: Por el poder de tu Espíritu, te suplicamos nos eleves a tu presencia, en donde podamos estar quietos y saber que tú eres Dios; por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Jesús dijo al final del evangelio de Mateo, y al final de los mensajes acerca de la resurrección: «Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».
Dios les ama, Dios les bendiga y Dios nos sostenga a todos nosotros en esas manos todopoderosas de amor. |
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